lunes, 5 de mayo de 2014

A MI MADRE

 Mamá, me siento triste al verte. Te veo como, cada día, vas perdiendo un poco más de tí misma, vas desapareciendo, para dejar paso a un ser completamente desvalido, que baja por la pendiente que un día, hace 90 años, empezaste a subir con toda la salud del mundo, juventud y alegría. Ahora, ya no eres tú. Me cuesta reconocer en tí a aquella mujer valiente, optimista, a la que las cosas supérfluas de la vida, nunca prestó atención ni dio importancia. Quizás, porque tus circunstancias personales fueron demasiado duras y te exigieron sobrevivir, antes que vivir.
Recuerdo...¡tantas cosas!, toda una vida a mi lado, en las buenas y en las malas. Fuiste mi madre, mi mejor amiga, mi confidente y mi soporte durante todos esos años en los que fuiste tú misma y te sentías bien. Dios permitió que vivieras muchos años, porque siempre me hiciste muchísima falta. Sólo estuvimos las dos, (aparte de papá), cuando las cosas en la vida se nos ponían difíciles, por uno u otro motivo; siempre me protegiste, (quizás demasiado), de los embates de la vida, cuando ésta se me ponía en contra, en cualquier circunstancia. Hoy recuerdo, cómo me arropabas por las noches, (nadie lo hacía mejor, ni siquiera las abuelas); cómo me pasabas a tu cama, cuando tenia miedo por las noches, cómo me llevabas, antes que llegara la fiesta del Corpus, a comprar esa tela preciosa para confeccionarme el vestido que ese día estrenaría, junto a los zapatos negros de charol. Tb recuerdo aquel abrigo beis, precioso, con los botones de chocolate que estrené un día de Todos los Santos. Aquel abrigo me gustaba muchísimo y, creo que desde entonces, la combinación del marrón chocolate con el beis, es la que más me gusta. Quizás creas que ahora, en estos años difíciles que estamos viviendo, todo eso se me ha olvidado, pero no es así. Sé cuanto me has querido y cuanto me has dado y, si en algo te equivocaste, nunca fue tu culpa, sino quizás tu dificultad para entenderme en algunos momentos complicados para mí. A todas las madres nos pasa lo mismo, y yo, lo entiendo ahora, que también soy madre. Sé hasta donde me quisiste, hasta donde llegó tu entrega, hasta las cosas a las que renunciaste, por estar a mi lado, cuando la vida me ponía a prueba. Ahora, todo eso cambió para las dos y Dios nos sometió a la más terrible de las pruebas: tu enfermedad, que te quitó la libertad de elegir tu vejez como te hubiera gustado, y la mía, que me quitó la libertad de vivir lo que tantas veces habia ansiado, cuando mi marido no estaba: poder vivir unos pocos años junto a él tratando de compensarle y compensarme de tanta soledad como ambos pasamos durante 36 años, en los que estuvimos separados por causa del trabajo. Dios, nos ha unido en estos últimos años más que antes, pero mientras que antes, fue una unión libre y elegida, ahora ha sido impuesta con cadenas irrompibles. Si, irrompibles, porque, aunque haya estado en mi mano romperlas y volar, no he querido hacerlo, primero, porque eres mi madre y eso ya es mucho y, segundo, porque no lo hubieras merecido de ninguna de las maneras. No tú, que has vivido por y para los demás. Por eso sigo aquí; por eso, pongo cada día a prueba mis nervios, los cuales, se tomaron la libertad de ir en mi contra y en contra de mis principios y de lo que quiero, causándome esta depresión y esta ansiedad que me devora y, a pesar de todo, intento cada día, sacar la cabeza del agua para no ahogarme. Este es mi destino, de momento, y así seguirá hasta que Dios quiera, porque, aunque mi salud esté en entredicho, sería mucho menos saludable para mí, soltar estas amarras que Dios puso en mi camino. Hoy, día de la Madre, quiero dejar por escrito, lo que siento, cúanto te quiero, cúanto he deseado toda la vida que seas feliz y cúanto estamos sufriendo las dos también estas circunstancias, en las que tú no puedes ser ya tú misma, ni yo ser la persona fuerte que me gustaría ser, para no inmutarme con nada ni ante nada, sino estar ahí, siempre presente, sin ira, ni rencor, ni impaciencia, ni desesperación, como a veces siento. Creo, lo sé, que no hay nadie perfecto y que todos hacemos las cosas lo mejor que podemos, pero siempre quedará algo por hacer, siempre habrá algo que me recuerde que podría haberlo hecho mejor. Lo siento. mamá. Sólo quiero que sepas que te quiero, que te he querido por encima de todo, siempre, y que, si en algunos momentos te he fallado, no he sido yo, sino mis neuronas, que se volvieron infieles a mí misma. Nada más. Sólo decirte que allí, donde vayas, recuerdes siempre que mi intención siempre fue hacer y darte lo mejor para que te sintieras bien y a gusto a mi lado, aunque no siempre lo haya conseguido. Te quiero.


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