jueves, 15 de marzo de 2018

A Pablo, mi nieto, mi amor.

Querido Pablo, mi pequeño y gran amor.

Cuando un bebé nace, se dice que su mamá ha dado a luz. Puedo ver y sentir que tú eres la luz. La luz que, a partir de tu llegada, iluminas las vidas de todos los que te amamos; la nueva luz que Dios envió a esta Tierra, para que pudiéramos ser conscientes de la maravilla de su Creación. En ti, se unen las cosas más bellas de ese milagro de amor, que es el nacimiento de un nuevo ser: pureza, ternura, inocencia...todo esto y mucho más.
Con tu presencia, nos enseñas que la vida merece ser vivida, solo por tener el privilegio de asistir a la tuya, como espectadores extasiados, ante tanta belleza y perfección.

 El tiempo, vuela a tu lado y se detiene en tu mirada, tu sonrisa, y tus gestos. El tiempo, se ha parado ante tí, porque tu nos situas en el presente, que nos suspende a tu lado, sin que pasen las horas, siguiendo cada una de tus evoluciones, como ser humano y divino a la vez. Sí, divino, porque la Vida, tu vida, manifestada a través de tí y en tí, ha sido obra de la Divinidad.
Te quiero, Pablo, mi niño, mi amor. Es algo inefable lo que siento y por eso, mis palabras se quedan pobres y vacías, para poder expresarlo.

Un manantial de vida, como agua nueva, ha llegado a nuestras vidas; una suave brisa, se ha llevado las hojas secas para dejar paso a la Primavera; una nueva luz, ilumina nuestro sendero, lleno ahora de flores.

Tu abuela,
Isabel.






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