martes, 21 de julio de 2015

Vivencias inolvidables

Puede que un día, escriba nuestra historia. Una historia como todas pero, a la vez, diferente. Será como una catarsis para, quizás, nacer a una nueva vida. En mi vida de ahora, sigues estando tú y creo que lo estarás siempre.

Dicen que debo dejarte ir, que asciendas sin cortapisas ni afectos que te retengan a mi lado, pero estás en mi, cada día, cada hora, en mi mente y en mi corazón. Estás con una fuerza inusitada, amorosa
y nostálgica a la vez.
No sé si algún día tu presencia en mi, se irá difuminando hasta hacerse casi imperceptible, pero ahora sigues aquí, conmigo, y sólo deseo que me abraces y poderte abrazar así, sintiendo ese inmenso amor que siempre hemos sentido la una por la otra y que, en su inmensidad, nos hacía ser inseparables.

El destino nos jugó una mala pasada y, a la vez, nos ofreció una oportunidad inigualable para estar juntas, hablar, sacar a la luz nuestro cariño, nuestros agravios, nuestras vivencias, tal como cada una las vivió. Fue una etapa dura y tierna a la vez y las imágenes siguen impresas en mí, como si estuvieran ocurriendo en este momento.

Recuerdo un día, en el cual, me quedé dormida en el sofá, cerca de tu sillón. Sentí como me tapaban con la pequeña manta que aquí tenemos para las piernas. Abrí los ojos y te vi. Te habías levantado penosamente y, con trabajo, la habías cogido con tu única mano útil y me la habías echado encima. Fue un amoroso detalle que, en su momento, no le di el valor que, retrospectivamente, le doy ahora que ya no estás.

Gracias, mamá, por ser como eres. ¡Deseo tanto verte y abrazarte!... No hemos podido despedirnos, como me hubiera gustado, aunque sé que ambas sabíamos que, más pronto que tarde, esto llegaría;
 estábamos preparadas para ello, pero aún quedaba pendiente ese último abrazo, esos últimos besos y ese desearte un buen viaje, hacia el lugar donde no existe el tiempo, sólo la presencia del Padre y de los seres queridos que te precedieron.

Te quiero.

Tu hija.